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Movilizarse por el cuidado

La sociedad vasca ante un sistema de cuidados profundamente desigual

Artículo de Gotzone Olarra, publicado en el número 2 de la Revista K
Fotografías: Vicente Paredes.

Este artículo se ha construido a partir de los testimonios recogidos en Getxo durante los años 2023 y 2024 con cuidadoras, personas dependientes y participantes del sector público, privado y la sociedad civil.

—“Él no hace nada solo, tengo que encargarme de todo. Ahora estoy buscando ayuda, pero no sé si me la van a dar”.

 

Ella explica que se siente bastante agobiada, que su marido necesita cuidados diarios y que está agotada de asumir la doble función de cuidadora profesional y cuidadora familiar. Termina la conversación agradeciendo la oportunidad de poder hablar. Muchas gracias, lo necesitaba. No puedo hablar sobre esto con nadie.

 

Escuchar, observar, dialogar. Conocer cómo es interpretada la realidad cotidiana; escuchar la palabra pronunciada, la enmudecida, la latente, las narrativas imperantes y emergentes, con el fin de co-construir dialogando, contrastando, ideando soluciones conectadas con la vida, con las necesidades. Algo tan básico y, sin embargo, tan ausente cuando se promueven iniciativas sociales, especialmente desde el ámbito político.

 

Cuando, en colaboración con Agirre Lehendakaria Center, hemos recogido narrativas sobre el cuidado en Getxo y en Nou Barris (Barcelona), el resultado ha venido a ratificarlo. No nos ha sorprendido que el sistema público de dependencia no cuente con la confianza de la ciudadanía, que el modelo de privatización resulte inalcanzable para una gran parte de la población, que el modelo de cuidados se sostenga en las familias, se sostenga en las mujeres; que éstas resuelvan como puedan y que el modo más común de resolver los cuidados, cuando la familia, las mujeres, no da más de sí, sea a través del empleo de hogar, de otras mujeres, normalmente, supervisadas a su vez, por mujeres.

El jardín de los cuidados
El cuidado, los cuidados, son un tema extenso, casi infinito –esto tampoco es nuevo– que tiene raíces profundas y una gran espesura. Los cuidados conforman un sistema que compren de todas las actividades cotidianas que hacen posible la vida y la reproducción de la vida: la higiene, la salud, la alimentación, el descanso, la socialización, la crianza etc. a través de miles de labores, acciones y gestos cotidianos que por tan cotidianos parecen automáticos, pero requieren esfuerzos pequeños y grandes, placenteros y desagradables, físicos y emocionales.

 

Hablar de cuidados es meterse en un jardín, porque es hablar de la vida, pero del descuido de la vida, de las vidas destrozadas, de las vidas olvidadas. . Es desgarrador porque revela desigualdades e injusticias guardadas bajo la alfombra, naturalizadas, socialmente asumidas. Hablar de cuidados universales, justos, comunitarios es plantear un reto gigantesco, una completa transformación del paradigma actual.

 

Toda esa labor ingente de sostener la vida se ha invisibilizado y desvalorizado histórica mente y se ha asignado a las mujeres, a quienes no se reconocían otras habilidades. En el presente este modelo, en las sociedades autodenominadas avanzadas y defensoras de la igualdad y autopercibidas antirracistas, como la vasca, se reproduce este modelo reasignando esas labores a otras mujeres, a quienes, por su condición de migradas, se les supone carentes de otras habilidades que no sean cuidar. Esas mujeres, las de centro América, las rumanas, las chicas, son otras personas. Son personas, claro está, pero son otras personas, de menos categoría y por eso no comen en la misma mesa con la familia, no son parte, son invisibles, aunque están ahí y son las que asean y son las que cuidan y son las que nos hace la comida.

 

Se da por hecho que son analfabetas –aun que, de hecho, muchas tienen estudios superiores y experiencia laboral en otros sectores- que no saben limpiar, que hay que enseñarles todo como si vinieran todas de vivir en chozas, como si nunca hubieran cocinado (habrán cocinado lo propio de sus culturas culinarias) como si no hubieran visto un electrodoméstico jamás.

¿No tiene formación sociosanitaria? Quizás no, porque estudiaron otra cosa, se dedicaron a otra cosa en su país de origen y aquí no les queda otra que dedicarse al cuidado, que no es cualquier cosa, no es un juego, son vidas con las que se está lidiando.


— ¿Sabes cuidar niños?
— Sí, yo tengo hijas
— No es lo mismo, tus hijas no son lo mismo que las mías.

 

¿Cómo se explica que no se les valore, que no se les pague bien, que dispongamos de ellas todo el tiempo sin límite? Porque las miramos como mano de obra, no como personas iguales a nosotras. Solo así se entiende y normaliza que se pague poco y se trabaje mucho, pagar en B, no hacer contrato, no dar de alta en la seguridad social. Y se desvía la responsabilidad hacia las propias trabajadoras por aceptar esas condiciones, porque si no las aceptaran se podría exigir pagar más pero como las aceptan el precio que da establecido así. O porque son ellas las que no quieren hacer contrato ni darse de alta en la seguridad social.

 

Necesitamos mano de obra de trabajadoras y trabajadoras, sobre todo en los cuidados, porque tenemos una población cada vez más envejecida y cada vez más necesitada de cuidados y porque se sigue esperando que la familia resuelva todo esto en casa y que eso no afecte a la proyección profesional de las mujeres autóctonas.

 

Además, ¿qué trabajo hacen? El que las mujeres han hecho siempre gratis, el invisible, el infravalorado, el que se hace en soledad, sin recibir apoyo, sin recibir reconocimiento, el tan desgastante.

 

Ahora las mujeres contratan lo que ellas mismas hacían antes, ahora lo gestionan y administran, aquellas mujeres son ahora la patronal de estas otras mujeres y se pervierte porque se contrata lo mismo que ellas hacían y de la misma manera o mejor porque se paga. Mujeres convertidas en “empleadoras esclavistas” -en sus propias palabras –mientras los hombres se siguen desentendiendo también de esa carga mental y de esa responsabilidad.

 

Y la empleada, una persona que tiene que estar tres años, de manera irregular y en condiciones muy precarias porque la Ley de Extranjería no le ofrece más opciones, que no puede homologar sus estudios, tiene que empezar de cero, en una situación muy complicada, con personas a su cargo en su lugar de origen y también aquí; que tiene que comer, que tiene que vivir, que tiene que habitar un lugar y necesita un empadronamiento porque sin padrón no tiene derechos, no existe. Trabaja una jornada completa por 700 €, y la jornada se alarga si hay que atender por la noche y eso no se tiene en cuenta ni en salario ni en descanso. Es una relación de poder entre la empleada en situación de vulnerabilidad y la empleadora en su propio territorio, su casa; una arriba y otra abajo.

Nos parece normal
La sociedad lo ha normalizado, hace oídos sordos. Porque una residencia son 3.500 euros mensuales, mientras una empleada de hogar inmigrante son 1000-1200 máximo sin papeles. Hoy día en la calle es visible que la mayoría de las personas mayores está cuidada por población extranjera y las internas, además, asumen el cuidado del hogar, del menor, sacar al perro, todo por 800€ y dos horas de descanso. Todo el trabajo que el resto de las personas no queremos hacer. Con toda la carga física y emocional. “¿Mira, tú querrías que tu hija, que tu hijo tuviese un trabajo así? Entonces ahí me respondes. Porque si la respuesta es no, ya me lo has dicho todo”. Pero ellas sostienen la vida de la persona que cuidan, de la familia empleadora; si ellas no están todo se desmorona.

 

Y con amor. Porque el cuidado, más que como trabajo se percibe como algo cultural, vinculado a la familia y al amor. Las diferencias culturales suelen ser motivo de conflicto. En el modelo de cuidado familiar los conflictos intrafamiliares se evitan y el conflicto se manifiesta en la relación entre empleadora y empleada bajo el pretexto de la incomprensión por parte de la persona migrante. Eso determina las preferencias en los procesos de selección de personal que vienen marcados por actitudes racistas, islamófobas, etc. En esta competición por las miserias, las personas procedentes de América Latina gozan de cierta ventaja por ser consideradas más cariñosas, ofrecer un trato más personal, más afectuoso, supuestamente porque al igual que aquí hace 30 años, la gente viene de cuidar a la gente en casa, se ocupan de sus padres hasta el final, lo viven todo en familia. Es la virtud que se les identifica frente a una sociedad que ha “enfriado” el cuidado y porque las personas jóvenes en Euskadi no están preparadas para asumir
ciertas labores desagradables. A las locales se les nota que le molesta hacer ese trabajo. Ellas nos aportan calor humano.

 

Pero no hay empatía de la sociedad hacia las personas que cuidan. No le damos importancia, simplemente pagamos para que hagan su función sin más. No tenemos conciencia de que para hacer un buen trabajo hacen falta unas buenas condiciones, cuidar a la persona que cuida, devolverle respeto y dignidad, respetar una jornada y un descanso, ofrecer un salario digno, respetar que tiene su propia vida. Es necesaria la dignificación de los cuidados. A través de la dignificación llegar al reconocimiento que no sea solo administrativo, también social. El cuidado no es un asunto privado de cuidar a un familiar, es un asunto público y un trabajo que debe ser reconocido y respetado tanto si se hace en la casa o fuera de la casa, valorado y gratificado como se merece si se dice esencial.

 

La empleada tiene su propia vida, tiene hijos e hijas a los que puede dedicar menos tiempo que a la persona que cuida. No tiene ni lugar propio donde estar con las criaturas. Esta falta de tiempo y atención puede tener un impacto negativo en desarrollo social, educativo y de bien estar de las niñas y niños, afectar su crecimiento y bienestar emocional. Así se perpetúa el modelo actual de desigualdad entre distintos grupos sociales, generando un impacto significativo en las siguientes generaciones.

 

La Ley no ayuda. La Ley tiene muchos vacíos y favorece el abuso. La Ley de Extranjería combinada con el Reglamento del empleo de hogar propician los contratos irregulares, los bajos salarios, el descontrol horario. Nunca mejor dicho: hecha la ley, hecha la trampa. La Ley otorga ventaja a la parte empleadora y sitúa a la trabajadora en posición de desventaja; es algo sabido y consentido por quienes legislan, que no se quiere abordar porque costaría mucho dinero con un bajo rédito político. Sirve a las familias privilegiadas, salva a las familias con menos recursos, evita la inversión pública en sistemas de cuidados. Las mejoras de los últimos años son insuficientes y siempre serán insuficientes en tanto no se haga cumplir la Ley, mientras no se inspeccione, mientras no haya voluntad política. 

A menor desigualdad mejor cuidado
Es algo que debería cambiar y si cambiara seríamos una sociedad más justa, más igualitaria. Ganaríamos todas las personas. Una sociedad que se ocupa de sus mayores, de sus menores, de todas las personas que le rodean es una sociedad más justa, más igualitaria. El cambio más grande afectaría en las personas en situación de vulnerabilidad porque tendrían otras condiciones laborales y otros salarios, podrían vivir como las demás personas, pero también para el resto de las personas porque menos desigualdad es menos conflictos, es mejor cuidado.

 

¿Qué pasará en el futuro? La gente no se muestra optimista, imagina que va a ser difícil organizarse porque vamos a ser muchas personas necesitando cuidados. Ya ocurre en muchas familias. El modelo familista ya no da de sí por tamaño y estructura de las familias y por cambio cultural. “Si no hay conciencia política y social para organizarlo de otra forma vamos a pasarlo mal”, las desigualdades irán en aumento: quien tenga dinero comprará servicio doméstico posiblemente más cualificado y organizado; quienes no tengan abusarán de personas precarias dentro de la familia o en los aledaños de la familia.

 

Hace falta conciencia social. Hace falta tener conciencia de que pagar a alguien para que te cuide o apoyarte en las personas del entorno familiar es seguir asumiendo toda la responsabilidad desde la familia. Tener conciencia social de que comprar servicio doméstico es contratar a una persona para que realice un servicio. De nuevo, la responsabilidad total se pone en la población, nunca en las leyes, ni en la clase política.

 

¿Habrá un sistema universal de cuidados público? Ese tiene que ser el objetivo y que no sean solo las mujeres quienes se dediquen a ello. Tiene que ser la administración pública quien lo lidere. En determinados momentos se puede apoyar en el sector privado, pero no toda la población puede acceder a la oferta privada, no podemos depender solo del sector privado.

 

Debe poder ser accesible para todo el mundo, independientemente de los recursos de cada uno. Como necesidad básica tiene que ser regulada por el sector público. Es un bien de primera necesidad. No podemos dejarlo a merced del mercado.

 

El cuidado no tiene que ser un privilegio, todas las personas tenemos derecho a ser cuidadas y a que nos cuiden, no puede ser que porque alguien no tenga dinero no vaya a recibir cuidado o no va a poder ofrecer el cuidado necesario a sus hijos e hijas. En definitiva, no puede ser que se espere que asuman todo el esfuerzo las familias. La sociedad tiene que reflexionar, cuestionarse y cambiar. Tenemos que ir hacia un modelo comunitario, de cuidado mutuo familiar, vecinal, barrial. Hay que recuperar el sentimiento de comunidad.

 

¿Por qué no nos movilizamos frente a esta situación? Porque al final te apañas como sea, entre los hermanos si hay acuerdo, o los padres se pagan a alguien para que les cuide. Es fácil imaginarse que mucha gente tenga a personas contratadas de manera irregular. Mientras haya gente que se vaya apañando no es un problema importante. Hace falta conciencia social. Si el cuidado es esencial, si es un derecho, no puede valer un apaño, mucho menos que el apaño pase por vulnerar los derechos de otras personas.

Artículo de Gotzone Olarra, publicado en el número 2 de la Revista K

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